El gran
diálogo, que constituye el cuerpo del libro, está colocado en un marco
narrativo, capítulos 1-2 y 42,7-17. La función de estos textos es naturalmente
enmarcar el diálogo, establecerlo como acto central no conclusivo, anclarlo en
la vida de unos personajes. La función genérica de enmarcar está diferenciada
en el prólogo y el epílogo.
El
prólogo nos presenta los personajes y la situación; en este sentido pudo ser un
prólogo simple y convencional. No lo es, y muy pronto se manifiesta el genio
del autor. El prólogo se desarrolla en dos planos, celeste y terrestre, con
cierto paralelismo no riguroso: en el cielo dialoga Dios con un antagonista
llamado Satán, en la tierra hay un breve diálogo de Job con su mujer, que se vuelve antagonista; luego, al llegar los tres amigos, se hace un formidable silencio; seguirá el cuerpo, en el que los amigos se irán convirtiendo en antagonistas. Entre esos dos planos no circula un mutuo conocimiento, pues si el cielo ve y mueve la historia, la tierra no sabe de esa acción, y su ignorancia es parte esencial del juego, del drama.
El
autor domina los dos planos y se los hace ver desde el principio al lector, para que se coloque en la perspectiva correcta, como espectador con doble mirada. El lector no es el único espectador, sino que
comparte la tarea con los personajes celestes: Job en medio de dos miradas de espectadores expectantes. Desde su puesto el lector contempla a Job con sus amigos, actores sin saberlo de una sacra representación; más allá contempla otros actores que también miran y esperan el desarrollo del drama. El lector no debe olvidar esa doble presencia, aunque a veces se la borre la pasión arrolladora del diálogo.
comparte la tarea con los personajes celestes: Job en medio de dos miradas de espectadores expectantes. Desde su puesto el lector contempla a Job con sus amigos, actores sin saberlo de una sacra representación; más allá contempla otros actores que también miran y esperan el desarrollo del drama. El lector no debe olvidar esa doble presencia, aunque a veces se la borre la pasión arrolladora del diálogo.
También
se realiza la perspectiva opuesta: desde el cielo Dios mira a Job, como personaje de un drama que ha de vivir; ya través de Job, Dios -en su palabra inspirada- mira al lector que reacciona y juzga y entra sin darse cuenta en el drama. La sacra representación de Job es demasiado poderosa para admitir lectores indiferentes: el que no entre en la acción con sus respuestas internas, el que no tome partido apasionado, no comprenderá el drama que por su culpa queda incompleto; pero, si entra y toma partido, se
hallará bajo la mirada de Dios, sometido a prueba por la representación del drama eterno y universal del hombre Job.
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